Desde la cuesta de Moyano (es un decir, porque ahora está en obras) fui a ver a unos tíos míos.
Había estado con ellos hacía dos años, pero el tiempo se ha ensañado con ellos: mi tío se ha quedado prácticamente sordo, mi tía tiene principios de Alzheimer y mi prima María Jesús, que tiene síndrome de Down, me pareció muy mayor, aunque sigue siendo una niña.
A mi tío le pregunté por su vida (a gritos), porque esto de tener un tío republicano siendo yo de Burgos es difícil. A él, con 19 años, le tocó una mili de tres y pico ("porque decían que podrían atacar España en la Segunda Guerra Mundial"), y fue a Burgos, lejos de Ciudad Real. Y claro, así, aunque no hubiera sido republicano antes, cualquiera no lo sería. Me contó que mi bisabuela Margarita, esa que rezaba tanto, estaba preocupada cuando el hombre llegó a la luna porque pensaba que quizá se cayera encima de la tierra: una bisabuela inmovilista, vamos.
Mi prima, a la que mi tía le daba besos cada poco, le preguntó a su madre que cuántos años tenía: "Treinta", y María Jesús se quedó mirando a su madre, dudando un poco. Mi tío habló con mucho cariño de un doctor Laguna que les dijo, cuando mi prima tenía tres años, que tendría una gran memoria, y María Jesús lo demostró acordándose de las fechas de los cumpleaños de mis hermanas. Le gustan mucho programas como Operación Triunfo o Mira quién baila. Luego se echó a llorar porque se acordaba de lo que le había dicho una compañera de su colegio de que la iban a meter en una residencia cuando murieran sus padres. Era muy penoso verla así, con un dolor tan intenso, como el que sólo pueden tener los niños, diciéndoles a sus padres: "No quiero que os muráis", sobre todo porque los dos tienen bastante más de ochenta años. En realidad, tienen otros dos hijos, que les cuidan y que cuidarán de María Jesús, pero la situación sigue siendo triste. Mi prima Mariví llegó después; por ella me enteré de que su hija trabaja en los informativos de Telecinco, lo que demuestra que incluso en los peores ambientes hay gente buena, como mi prima.
Al salir, una señora en silla de ruedas me pidió que le ayudara a cruzar la calle. Lo hice con cierta torpeza, aunque contento. Me acordaba a la vez de Crash y de la encíclica del Papa: hacer lo que uno pueda, aunque sea poco, sin estar planteándose si lo hago para calmar mi mala conciencia por tantas veces que he estado mirándome el ombligo.
Estupendo comentario, que incluye todo un programa de vida: hacer lo que se pueda, aunque sea poco, sin ocuparnos de nuestra vanidad.
ResponderEliminarConcha