He acabado el libro de Ramón García Domínguez sobre Delibes: lo que en la primera parte era repetitivo y prolijo en la segunda es insufrible; coincide con el bajón de calidad de Delibes desde la muerte de su mujer; por lo que da a entender el autor, él ocupa el lugar de confidente literario que tenía la mujer de Delibes, y bien que se nota. De ese periodo yo sólo salvaría libros misceláneos como He dicho o Castilla habla y su novela Señora de rojo sobre fondo gris (curiosamente sobre su mujer, y hecha a espaldas de García Domínguez). Todo lo demás es muy mediocre; novelas como Diario de un jubilado o El hereje me parecen simplemente pésimas; la primera me enfureció, porque era como asesinar a un personaje (y muy querido por cierto), y la segunda la tuve que dejar a la mitad.
El libro cae en la hagiografía más abyecta y me ha estropeado definitivamente la imagen que tenía de Delibes, y mira que lo siento. Intentaré olvidar que he leído ese libro y recordar tantos buenos momentos con sus mejores obras.
Para quitarme el mal sabor de boca he empezado Norte y sur, de Elizabeth Gaskell, una ilustre novelista victoriana; el libro acaba de salir en la excelente colección de Alba Clásica, que dirige admirablemente Luis Magrinyà: a mí me ha descubierto tantas novelas sobresalientes. De Gaskell ya había leído Cranford, Hijas y esposas y Los amores de Sylvia, y los tres libros me parecieron maravillosos, lo mismo que la biografía que hizo de Charlotte Brontë.
Norte y sur trata de una familia del sur de Inglaterra que tiene que emigrar a una ciudad industrial del norte o cómo pasar de Orgullo y prejuicio a Oliver Twist.
La novela inglesa del XIX me parece absolutamente magistral (Austen, Dickens, las Brontë, George Eliot, Gaskell, Thomas Hardy: y todavía no he leído ni a Trollope, ni a Thackeray), lo mismo que la rusa. En cambio, casi desconozco totalmente la novela francesa del XIX; en España vamos bien servidos con Galdós y Clarín y en cierta medida con Pereda, Pardo Bazán y Valera.
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Me ha gustado la elección de Londres para los Juegos Olímpicos: no quería que ganara Madrid, ni tampoco París: mi anglofilia aumenta. ¡Tony Blair, sálvanos!
¿Y Madrid 2016 ó 2020? Voy a ponerme demagogo: ¿Por qué no hacemos unas Olimpiadas continuas para conseguir que España tenga las mejores bibliotecas del mundo? ¿Por qué tenemos que gastarnos todo el dinero en instalaciones deportivas cuando seguimos estando en el Tercer Mundo en cuanto a amor al libro y a las bibliotecas? Leo en El País de hoy que el gasto de libros al año por persona en España es de 88 céntimos de euro (más o menos lo mismo en dólares): es un dato bien elocuente. Propuestas del nuevo gobierno gallego en educación (también en El país de hoy): más becas (bien) y ¡gratuidad de los libros de texto! Con eso sólo se consigue que la gente valore cada vez menos los libros y se gaste el dinero que debería dedicar a eso a estúpidas llamadas por el móvil; mientras, la Universidad de Santiago no tiene dinero para comprar libros, pero ¿en qué se traduce eso en votos?
Propuesta: cada persona que quiera libros de texto gratuitos debería presentar una factura de teléfono: si sobrepasa el gasto en libros, perderá su derecho a la gratuidad. Touriño, te hago esta propuesta gratis, para que veas que en Galicia puede haber propuestas innovadoras.
Hoy el horror ha desvanecido la alegría inglesa. Menos mal que tienen un presidente que nunca capitulará ante los terroristas. Un abrazo para Inglaterra.
ResponderEliminarConcha.