En una esquina del claustro, además, se esconde un espléndido artefacto que está entre lo mejor de la arquitectura barroca española: la torre con triple y vertiginosa escalera helicoidal, formada por tres rampas independientes que dan acceso a los diferentes pisos y culminan en el mirador que domina la ciudad. Ya la hubiera querido Hitchcock para arrojar desde ella al vacío a Kim Novak.
El convento de Santa Clara, aún extramuros, ofrece una de las fachadas más extrañas de todo el barroco europeo. "La tomadura de pelo más arquitectónica que puede concebirse" (otra vez Torrente Ballester) la construyó en 1719 Simón Rodríguez, otro genio local poco conocido. Parece muchísimo más moderna, con sus abruptos perfiles casi pre-brutalistas y su remate a base de cilindros gigantescos, volúmenes abstractos siempre a punto de echar a rodar a un lado u otro. Es una obra fascinante y compleja que merecería mucho más espacio en los manuales del periodo.
Ayer, al lado de Santa Clara, la procesión del Carmen, donde se ve que Santiago sigue siendo una suma de aldeas: está la banda de música, la imagen que llevan a hombros, los devotos, los cohetes (los foguetes en gallego); en la entrada de la Iglesia venden rosquillas y también hay un puesto con brazos, piernas, cabezas de cera.
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