Ya en Burgos, a mi hermana pequeña y a mí nos toca recoger al colegio a nuestros sobrinos, porque su madre va a asistir a una boda: el niño de la Herida en el Codo sale primero; por otra puerta, la niña del Flequillo Largo; tenemos que dar la vuelta para recoger a la niña de la Primera Comunión. El nivel de pijismo de los padres es bastante alto, eso comentamos mientras esperamos.
A cada uno le he comprado una bolsa exactamente igual de chucherías, después de mi último fracaso (los niños aman la justicia). Por suerte, el viernes es el día permitido para chucherías. Con este pequeño soborno, me aseguro besos.
Luego, vamos de paseo por Burgos. Está en marcha el fin de semana floral o algo así. Todo el mundo debió de imaginarse enormes centros de flores por todas partes, a la centroeuropea, pero lo que vemos y ven es una muestra de ocurrencias contemporáneas con flores (mayoritariamente de plástico o papel). Sólo me llamó la atención al día siguiente un jardín, al lado de la iglesia de san Lorenzo, en el que había puesto pelotas de tenis bordeando los parterres: extraño efecto. Pero el jardín ya era bonito antes, así, sin más: no le toques ya más, / que así es la rosa.
En la Catedral nos encontramos a los padres de las criaturas, saliendo de la boda. Veo con pena que ya no se puede ver la Catedral más que pagando: me quedo sin Escalera Dorada, sin capilla del Condestable y sin Cimborrio.
Volvemos: la niña de Primera Comunión no quiere volver andando: en autobús (a los niños no les gusta caminar); yo la distraigo diciéndole que ha dicho que quería ir anantobús (así lo decía el niño de la Herida en el Codo). Con eso la entretenemos un rato; ante la segunda embestida, propongo que contemos los pasos: desde la vía del tren la niña de Primera Comunión y la niña del Flequillo Largo se suman con entusiamo a la cuenta. Cuando llegamos, hemos contado 900 pasos justos (alguna trampa entre medias, pero bueno).
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