Asistí a una charla de Marcelo Tejedor, dueño de Casa Marcelo (en la calle Huertas, detrás del Obradoiro; más información en este blog): pensaba escuchar a un cocinero más o menos nouvelle cuisine y me encontré a un filósofo y un artista. Habló del proceso por el que tuvo que pasar, con un chef francés, de desaprender lo que sabía, para llegar al nivel cero, a partir del cual tenía que construir; de lo doloroso que es el sufrimiento necesario para aprender a hacer bien cada cosa, de la importancia de conocer cada uno de los materiales (incluso dijo, y lo decía totalmente en serio, y nadie se rió, que la zanahoria te tenía que hablar y que cuando eso ocurría, ya podías trabajar con ella), de la experiencia única y efímera de cada comida.
Me parecía estar oyendo a un artista del Renacimiento.
Con esa perspectiva, y con los análisis últimos de Periféricos (aquí -hay que buscarlo en los días 5, 18 y 19- y aquí -días 10 y 11-), puedo valorar mejor lo que plantea Suso Fandiño en A Chocolataria. Mi primera impresión fue bastante negativa; luego me enteré por Periféricos de que no se trataba sólo de cajas vacías apiladas formando un gran cubo, cada una con el siguiente texto (en inglés) 'este objeto no contiene obra de arte de ninguna clase', sino que se podía hacer lo que uno quisiera con las cajas (algo comenté entonces). Lo que no sé es quién dijo que se podía hacer eso: es un punto clave de la exposición. La segunda vez que pasé por allí faltaban muchas, otras estaban rotas y en las que estaban apiladas la gente había puesto frases (las típicas: Esto es una mierda, Ni Dios ni patria ni rey). La siguiente vez sólo quedaban dos cajas en el centro (cuando empezó habiendo quizá 500) y, apartada, otra en la que ponía un insulto a Suso Fandiño, con un papelito encima en el que se pedía que no se la llevaran. Parece que muchos alumnos de Historia del Arte se rebelaron contra la exposición.
Y no es una obra de arte lo que hizo Suso Fandiño, sino una reflexión sobre la reacción ante el arte: la sacralidad que le confiere a un objeto el estar en una galería de arte y la reacción del espectador cuando se entera de que se espera de él que actúe respecto a ese objeto. Pienso que es la mejor clase de teoría del arte que se puede dar, y un acto interesante para desaprender lo que es el arte. Es como el cuadro Blanco sobre blanco de Malevich, colocado en el lugar donde antes se ponía un icono: en sí mismo es la negación del arte, pero a la vez es una reflexión sobre el arte sagrado y el vacío que dejó.
Lo que me gustaría ahora es que, con el edificio pretencioso ya por los suelos, alguien vuelva a construir, alguien a quien los materiales le hablen, alguien que quiera transmitirnos algo, no sólo decirnos que ya no hay nada.
Por la parte que me toca, como estudiante de Historia del Arte en Compostela, he de decirte que la mayor parte delos alumnos de la facultad...ni saben que existe esa exposición. A mi no me ha motivado especialmente, pero que se hable un poquito de Arte gracias a las cajas apiladas ya me parece todo un mérito.
ResponderEliminar(Sólo he ido una vez a Casa Marcelo porque me invitaron, el hombre vació una botella de agua Cabreiroá en el plato y aquello fue un show, delante de mi, y lo cobró como si fuese Vega Sicilia. Recuerdo que estaban comiendo Antón Reixa y otros snobs)
Por si os interesa...
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