El viernes era el último día del Congreso; varios de los ponentes se alargaron por encima de lo soportable: tenían media hora y alguno estuvo casi una; dos de ellos trataron un tema sobre el que he publicado yo varios artículos: no tenían ni idea de su existencia y decían estupideces como si fueran grandes descubrimientos.
Acabé la mañana furioso, por los retrasos y por mi ego herido; menos mal que había quedado con un amigo a comer, con lo que me libré de otra comida de profesores de clásicas.
Tema de la comida del primer día: catas de vinos. Tema del segundo día: sueldos y dietas. Descubrí alborozado que cobro trescientos euros más que los profesores de Madrid de mi categoría: misterios del estado de las Autonomías y otra demostración de la idea de que la descentralización no tiene por qué ser mejor. Mejor para mí, pero no parece muy justo.
Viene bien aquí un poema de Ángel González*, Eruditos en campus, un duro ataque a los eruditos vanos personificado en los profesores de lenguas clásicas y eso que creo -con objetividad- que tenemos un nivel muy superior a la media; pensad si no en una comida de profesores de economía, o de derecho procesal o de hormigón armado:
Son lo que son.Apacibles, pacientes, divagandoen pequeños rebañospor el recinto ajardinado,vedlos.O mejor, escuchadlos:mugen difusa ciencia,comen hojas de Plinioy de lechuga,devoran hamburguesas,textos griegosdiminutos textículos en sánscrito,y luegofertilizan la tierraclásicos detritus:alma mater. (...)Buscan-la mirada perdida en el futuro-respuesta a los enigmaseternos:¿Qué salario tendré dentro de un año?¿Es jueves hoy?¿Cuántotardará en derretirse tanta nieve?
*"Eruditos en campus", de Prosemas o menos (en Palabra sobre palabra, Barcelona, 1998, 371).
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