Me gustan mucho todas las películas de los hermanos Dardenne. Algunas de ellas están entre mis favoritas absolutas. La penúltima es El joven Ahmed, de la que ya hablé.
Tori y Lokita es de 2022 y también me ha gustado mucho: me impresiona esa manera de rodar, desde tan cerca, tan pegados a los personajes, todo con esa naturalidad (que parece que está muy ensayada previamente), de tremenda eficacia.
Aquí se trata de dos MENA, pero en el extremo bueno del espectro: un niño que cumple estrictamente la definición, en concreto un niño perseguido por brujería y, ahí está el núcleo dramático, una muchacha algo mayor, que está muy unida a él, hasta el punto de considerarse hermanos, en realidad y también buscando una ficción jurídica que permita la legalidad de la que no pueden disfrutar y que les permitiría quizá una vida normal. La realidad es que están en un ambiente que les empuja al trapicheo de drogas y a someterse a la inmoralidad. Hacen el mal pero en un contexto de inocencia personal, algo casi milagroso y también doloroso de ver, suspendida nuestra incredulidad ante la posibilidad real de que se dé el extraño caso de indefinición moral en el que viven.
A mí me conmueve cómo cantan esta canción, que supuestamente habrían aprendido en Sicilia, en un centro de refugiados. Es clave en la película, porque es la inocencia asediada por el mal, también en el contenido de la canción, que hizo famosa Angelo Branduardi a partir de una canción hebrea, sobre el traslado de la culpa de unos a otros, que da claramente para una reflexión girardiana:
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