martes, 23 de octubre de 2018

Historias de la Alcarama, de Abel Hernández 2

En las Historias de la Alcarama encontré otras recuerdos míos escondidos entre las páginas:

Nosotros también esperábamos que nevara con ilusión enorme, y luego, si era poco, decíamos casi como la madre del escritor: "¡Nada, amarguras!" (43). Y otra vez veo esos días «una sutil capa de hielo cubrí[endo] el agua del bebedero». Eso pasaba tal cual en la fuente de la Puerta del Monte. Luego nos dedicábamos a ir rompiendo esa fina capa de hielo, como una película blanquecina con pliegues.
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Al leer esto:
El padre de familia cortaba el pan en gruesas rebanadas apoyando la hogaza en el pecho (119).
Me he acordado al momento de mi abuelo Epi. Cortaba de fuera a dentro, en dirección al pecho, unas rebanadas largas.

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El olor de las magdalenas sobre todo me llega de recién salidas del horno:
Cada año se freían los rosquillos en la cocina y se cocían las magdalenas en el horno (140).
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También me gustó que utilice palabras como sirle (las cagarrutas de las ovejas) o herrañe (16 y 99 o harrañe), que él define en un vocabulario que pone al final como «pradillo cerca de las casas», lo que en el pueblo de mi madre llamaban la rrein (o algo así).

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