Del viaje queda la guinda: la Niña de Primera Comunión.
Estábamos muy pronto en la iglesia, con nuestra mejores galas. Delante de mí, la Niña del Flequillo Largo (un poco más corto) y el Niño de la Herida en el Codo (ahora bien curada, pero con una gran venda) con sus primos.
Por el pasillo central, los niños en filas de dos: la niña de Primera Comunión estaba muy guapa con el vestido que le compraron sus dos abuelas. Nos miró al pasar, feliz.
El profesor desde el ambón dijo que la celebración iba a ser un poco distinta porque se iba a hacer como lo habían elegido los niños: yo no me lo creí, claro, pero me entró el miedo. Al final todo fue muy normal; sólo quedaban un poco raros la muñeca y el balón que dejaron sobre el altar en la presentación de las ofrendas, pero peores cosas se han visto y en realidad ese es el sentido de esa parte de la Misa, ofrecerle a Dios todo lo nuestro, hasta lo más insignificante, para unirnos a su sacrificio. Por ese lado, bien. Hubo que darse las manos en el padrenuestro: ya veis hasta dónde llega mi estoicismo.
Luego, la vuelta a Santiago, bastante pesada. El volante empezó a temblar: pensé en achaques del 205, que está a punto de cumplir los 200.000 kilómetros. Dos días después fui al taller: una rueda tenía un ñasco tremendo. Paberme matáu. Un reventón en mal sitio, caída por uno de los viaductos de Piedrafita, profesor de la USC fallece en accidente, Se descubre que tenía un blog.
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