martes, 19 de mayo de 2020

Enfermeras de la UCI 4

En la UCI por no tener, yo no tenía ni las gafas, así que de leer ni posibilidad había (tampoco ganas, la verdad), pero es que tampoco tenía dónde escribir: todo lo que iba poniendo en mi cabeza como digno de contarlo, que era mucho o me lo parecía, intentaba guardarlo en la memoria, por ejemplo los nombres de un trío de enfermeras que formaban como un equipo, un grupo muy bien avenido que era una alegría contemplar.
Estaba la más alta, una enfermera admirable. Siempre entraba como cabreada, lo que causaba gran alegría a las otras dos, que aprovechaban para recordarle qué fácil era poner sus nervios en el disparadero. Ella aceptaba todo eso con paciencia, no dándole gran importancia. No sé por qué me parece que se llamaba Rebeca, pero ahora lo escribo, ese nombre, y como que no. Era una enfermera como la copa de un pino, como el modelo de enfermera: entraba dispuesta a darlo todo. Además, la de la enfermería era una cuestión que le entusiasmaba y de la que hablaba con elocuencia y pasión: les decía a las otras lo necesario que era darse del todo al trabajo, porque no era como los demás, no valía simplemente con cumplir. Era entusiasmante oírle hablar de estas cosas. Me daban ganas de aplaudir. 
Entraban en su turno, normalmente por la mañana, con una gran alegría, teniendo como tenían motivos de tristeza: una de las otras, de santa Comba, eso sí lo recuerdo, había dejado allí a sus dos niñas, con su madre, y llevaba más de un mes sin verlas. Un día les contó (nos contó, yo estaba enfrente de ellas, entretenido en el teatrillo que montaban delante de mí, como La casa de Bernarda Alba, pero en alegre: teatro exclusivamente femenino, algo que no tengo muy conocido); nos contó de cuando llevó a sus hijas a París, a un parque temático con personajes del mundo de las niñas, princesas y así: estuvo muy bien cómo contaba que la pequeña, que iba vestida de una de sus ídolos de dibujos animados, se encontró con la encarnación de esa princesa delante de ella. Todo porque esta enfermera era de padres emigrantes, como tantas de Galicia, en Suiza, por la zona de Ginebra: iban en Navidades, porque todavía tenían familia por allí. 
La tercera no había podido ir a ver a su familia y llevaba muy mal la posibilidad de que el gobierno no abriera la mano al tránsito por provincias, teniendo a la suya por Pontevedra y Tui. Tenía con otras familias una escuela de música para niños; ella creo que tocaba el clarinete y contaba con entusiasmo lo que es desfilar con una banda de música. Ahora todo estaba en el aire y los niños le mandaban mensajes.
Ya digo que yo estaba allí delante, sentado o tumbado en la cama. Muchas veces ni me veían: supongo que es lógico, porque es lo normal en la UCI, que los enfermos estén en otro orden, el del sueño o del sopor. A veces se daban cuenta y me preguntaban si me aburría: les decía que en absoluto.

2 comentarios:

  1. La música. Con el paso de los años se convierte en algo imprescindible, más que otras muchas cosas.

    Un abrazo

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