miércoles, 12 de junio de 2019

Hacer cestos

La exposición de cerámica, cestería y joyas tradicionales la habían titulado «Pensar con las manos» (buen en  realidad el título es «Pensar coas mans», que es algo totalmente distinto. La diferencia sutilísima sólo la comprenderéis si vuestra lengua materna es el gallego; si no, no hay manera). A mí de primeras me pareció pretencioso eso de «pensar con las manos (no sé si habrá otro matiz que se me escapa porque no nací hablando gallego), pero luego me acordé de los religiosos de vida retirada que pusieron en el hacer cestos un instrumento de  contemplación de Dios.
Empezaba esa parte con algo fascinante, restos que se han encontrado en el Castro de Viladonga de varas para cestos:


El que hace un cesto hace ciento, pero a mí me parecen un prodigio:


Mirad qué maravilla este:


Aquí distintas técnicas y distintos materiales:


Esto era para poner en la parte de arriba del mítico carro:


¿No es una maravilla?


Aquí curvado:

2 comentarios:

  1. Sí, a mí me parece una maravilla.
    Mi mujer asocia la cestería a los gitanos. Sin comentarios.

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  2. Respecto a lo de que "quien hace un cesto, hace ciento", la frase no pretende, creo, disminuir el mérito de la artesanía, que lo tiene indudablemente.
    Yo lo asociaría más bien con un muy agudo comentario de Auden, en un artículo suyo. El poeta inglés, después de insistir en la importancia, también para el trabajo más exigentemente artístico, de la competencia artesana, del conocimiento y el dominio de aquello en que se trabaja, hace sin embargo una distinción que a mí me parece realmente inteligente.
    Dice que un artesano, una vez en posesión plena de la técnica que le permite, por ejemplo, hacer un cesto, no tiene más que repetir, en todo caso con variantes mayores o menores, la aplicación de ese conocimiento que ya posee. Pero que ése no es el caso de la expresión realmente artística, al menos si merece de veras ese nombre; en ella, uno ha de adentrarse cada vez en un terreno nuevo, y en consecuencia desconocido, y arriesgarse por tanto cada vez al error y al fracaso.
    De ahí la inseguridad permanente que acompaña al trabajo realmente artístico, y que el artesano no conoce, o sólo en una medida muchísimo más pequeña. Y lo que dice él mismo respecto a que cuando uno termina, por ejemplo, un poema, no sabe nunca si no es sencillamente el último que conseguirá escribir; porque la práctica, y el posible éxito, anteriores, no garantizan nada para el futuro.

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