miércoles, 6 de junio de 2018

Newman sobre Las Bacantes

Yo, si fuera más listo, me dedicaría a estudiar qué es el humor, la risa, la comicidad. Me voy dando con explicaciones que me dejan con la boca abierta y me parece que sigo sin pillarlo, especialmente en los casos en que la comicidad se aúna con lo trágico, por ejemplo en Flannery tantas veces.

En una página de un ensayo*, John Henry Newman me dejó hundido, porque, como de pasada, explica Las Bacantes sin despeinarse, mientras yo llevaba tiempo dándole vueltas sin acabar de pillar ese cogollo entre lo trágico y lo cómico que tan bien explica él:
La acción de Las Bacantes es también [como en el Agamenón de Esquilo] muy simple. Es la historia de cómo Tebas recibe la bendición de Baco tras perder Penteo la razón, ser conducido a su ruina y serle revelada la divinidad de aquel. El interés de la escena surge del proceso gradual por el que tiene lugar la enajenación del rey de Tebas, que se describe con gran fuerza y originalidad. Sería cómico si no estuviera relacionado con la religión. Tal y como tiene lugar, expone la grave ironía de un dios que triunfa sobre la impotente presunción de un hombre, el juego y la picardía terribles de una deidad a la que se ha insultado. Es una puesta en práctica del aforismo Quem deus vult perdere, prius dementat [=A quien la divinidad quiere perder, antes lo enloquece ]. La acción guarda un equilibrio tan delicado entre lo sublime y lo grotesco que es a un tiempo solemne y risible, sin ejercer violencia sobre la propiedad de la composición: el fuego loco del Coro, la alegría estúpida del viejo Cadmo y de Tiresias y el engaño de Penteo, que en último término es inducido a vestirse con atuendo femenino para ser aceptado entre las bacantes, son armonizados con la terrible hecatombe en que termina la vida del intruso. Tal vez el descubrimiento del dios disfrazado por parte de la víctima sea la idea más lograda de este espléndido drama: su locura le permite distinguir los característicos cuernos sobre la cabeza de Baco que su mente no lograba advertir cuando cuerda, pero este descubrimiento, en vez de llevarle a un reconocimiento de la divinidad, le proporciona únicamente ocasión para un estúpido y perplejo asombro:
Como toro tú pareces guiarnos, sobre tu testa han crecido los cuernos. ¿Eras antes una bestia? Porque ese es ahora tu aspecto.
Este drama es en conjunto el ejemplo más alto del genio de Eurípides, que carecía de la suave elegancia, la majestad y la gracia de Sófocles y de la rudeza y de la tragicidad abrumadoras de Esquilo, pero poseía un genio brillante, versátil, imaginativo, además de un sentimiento poderoso.

«La Poética de Aristóteles y la poesía», en Ensayos críticos e históricos I, Madrid: Encuentro, 2008, 53-54



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