martes, 9 de junio de 2015

Tuy abandonado visto por Manuel García Morente

De las cartas de García Morente, interesantes, lo más literario es este pasaje*, tan azoriniano, un pelín repetitivo, pero bonito.
Es de un viaje a Tuy con un seminarista. Estaba viviendo entre los Mercedarios del monasterio de Poio, a la espera de entrar en el seminario cuando pudieran volver a Madrid, con el fin de la Guerra Civil:
Llegamos a las once a Tuy. ¡Ciudad dormida en la ladera de un montículo junto al río Miño! No se ve gente por la calle. No se oye nada. El silencio es impresionante. Los pasos resuenan sobre las losas de las calles, estrechas, que ascienden a la catedral. La catedral y el palacio episcopal están en lo alto del pueblo y dominan este y todos los contornos y todo el valle del Miño, azul. Las casas se tienden a los pies de su catedral y del palacio; casa viejas con escudos, señoriales, pero abandonadas, ensombrecidas, silenciosas, solitarias. La vida se ha ido retirando de aquí hacia otros lugares más bulliciosos y solo queda el obispado. (…) No os podéis figurar el encanto que para mí tiene precisamente esta paz, este silencio, esta como modorra de ciudad moribunda. ¡Lo que me gustaría vivir en Tuy!

[Van al Obispado, luego hasta el puente internacional, ven Valença al fondo, vuelven]

(…) Seguimos por la calle principal de Tuy. Un edificio grande: el Seminario. Entremos. Entramos; en la portería no había nadie. Empujamos una puerta y nos encontramos en un salón de visitas. No había nadie. Atravesamos el salón, empujamos otra puerta y salimos a una especie de claustro. No había nadie. Oíanse los rumores de una clase; acercamos el oído y un niño decía: Ego, mei, mihi, me. Pero no vimos a nadie. Los pájaros cantaban como locos en el patio. Seguimos andando por allí y ante otra puerta oímos explicar algo así como la regla de tres, pero no se veía a nadie. Subimos por una escalera en la que no encontramos a nadie. Llegamos a unos pasillos amplios y soleados. No había nadie. Muchas puertas daban a esos pasillos. Como no se veía a nadie yo me atreví a empujar levemente una de ellas, que cedió y nos mostró una habitación coquetona, soleada, con una camita blanca, un lavabo, un armario, una mesa y una silla. No había nadie. Cerré de nuevo la puerta y seguimos andando por el pasillo solitario y soleado. Al fondo, una puerta sobre la cual un rótulo decía: «Capilla». Empujamos y entramos. No había nadie. La capilla, bastante grande, muy limpia, alegre y devota; tiene reclinatorios ante los bancos. Rezamos la estación. Salimos por donde habíamos entrado. No había nadie. El pasillo amplio y soleado nos condujo de nuevo a la escalera. Descendimos otra vez al piso bajo. No se veía a nadie. Pasamos otra vez junto a las aulas. Ahora un niño decía: Amavi, amavisti, amavit. Pero nosotros seguiamos sin ver a nadie. Llegamos otra vez a la sala de visitas. No había nadie.La atravesamos y desembocamos en la portería. No había nadie. Empujamos el portalón y nos deslizamos a la calle. En la calle tampoco había nadie.Mucho sol y un tropel de gorriones piando desesperados junto a un árbol del paseo. Esto es Tuy. El palacio encantado de los cuentos de hadas. (…)

*Carta a sus hijas, tía y cuñada, Poyo, 15 de marzo de 1939 [Obras completas II.2, ed. de Juan Miguel Palacios y Rogelio Rovira, Madrid, 1996, 552-3

4 comentarios:

  1. Me ha encantado esa descripción de una ciudad como "el palacio encantado de los cuentos de hadas". El verano pasado estuve en Tuy (poco tiempo después de nuestro encuentro en Santiago) y a pesar de que se celebraba un triatlón sí que parecía una ciudad somnolienta (lo de "moribunda" me suena fatal), sobre todo la zona en torno a la catedral.

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    1. Yo también tengo esa imagen, pero de verano a la hora de la siesta, cuando toda España está 'moribunda' en el sofá.

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  2. Qué nostalgia. Mi tierra. Qué impresión tan honda me ha producido la lectura de estas líneas desde este exilio, casi javieriano, mío.

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