jueves, 25 de abril de 2013

La tarde con sol III.1

Dadas las preceptivas vueltas -bien atentas- alrededor de la iglesia, fuimos a buscar a la señora de la llave.
Le pregunté que si podía hacer fotos del interior: -sí, sí, pero de ella no.


[mi foto es mala: esta es muy buena]

Era un espacio muy oscuro, pero con mucha altura; debió de ser una proeza hacerlo. Mirad qué bien las piedras de la cabecera del ábside. En un sitio tan perdido hacer algo así a mí me llena de admiración. Y ochocientos años así:



Le preguntamos a la señora que cómo había tantísimas Vírgenes en el retablo. Y nos dijo -fue la primera revelación de su potencial- que era por la época boba (sus palabras), cuando iban quitando las imágenes de las iglesias. Un maestro las fue recogiendo y las había puesto allí:

Eran todas unánimemente feas, pero a mí me cayó en gracia el amontone.
Un purista (arte, liturgia, estilo: luteranismos y esencialismos y signismos unitarios varios) se llevaría las manos a la cabeza. Pero si las miras como fotos de alguien querido, la cosa cambia (yo me acordé de algo que le pasó a san Josemaría en la Semana Santa de Sevilla): no importa, al contrario, que haya más de una. Y yo no soy el que se va a pasar meses en ese sitio perdido y oscuro en los largos inviernos lluviosos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario