lunes, 10 de octubre de 2005

EN Segunda Serie

He acabado la segunda serie de los Episodios Nacionales de Galdós: muy buena. Va mejorando con cada volumen y el 19 (Los Apostólicos) anuncia lo que a mi modo de ver destaca más en su obra, las Novelas Contemporáneas. La pena es que las otras tres series de Episodios Nacionales las escribió cuando ya estaba comenzando la decadencia y me temo que no serán iguales: veremos, aunque por ahora voy a darme un respiro de Galdós.
La primera y la segunda serie tienen una estructura similar: dos personajes enamorados que pasan por vicisitudes varias (algunas rocambolescas) hasta triunfar de todos los problemas. Hay un precedente claro en las novelas griegas: amor, aventuras, trama novelesca, un cierto referente histórico. Donde Galdós supera claramente a la novela griega es en la delicadeza con que traza a los personajes. En esta segunda serie destaca claramente Benigno Cordero, un honrado comerciante con aires liberales (sin dejar de ser católico), heroico cuando toca y persona honrada siempre. En él creo que pone Galdós su ideal de español.
En el último volumen (Un faccioso más ... y varios frailes menos), aparte de la descripción de cómo se crearon interesadamente los rumores que llevaron a la muerte de bastantes frailes, acusados de envenenar el agua (algo que resurgirá antes de la Guerra Civil), hay una interesante descripción de cómo se enseñaba latín:
En aquellos tiempos, ¡oh tiempos clásicos! todo se estudiaba en latín, incluso el latín mismo, y era de ver la gran confusión en que caía un alumno novel, cuando le ponían en la mano el Nebrija con sus reglas escritas en aquella misma lengua que no se había aprendido todavía. Poco a poco iba saliendo del paso con el admirable método de enseñanza adoptado por la Compañía, y acostumbrándose al manejo del Calepino para los significados castellanos, y del Thesaurus para la operación inversa, pronto llegaba a explicarse como Quinto Curcio o Cornelio Nepote. Las lecciones se daban en latín, y para que los chicos se familiarizasen con la lengua que era llave maestra de todo el saber divino y humano, hasta se les exigía que hablasen latín en sus conversaciones privadas, de donde vino esa graciosa latinidad macarrónica, que ha producido inmenso centón de chistes, y hasta algunas piezas literarias, que no carecen de mérito, como la Metrificatio invectivalis de Iriarte y las sátiras políticas que se han hecho después. Si Horacio y Cicerón hubieran, por arte del Demonio, salido de sus tumbas para oír como hablaban los malditos chicos del Colegio Imperial, habría sido curioso ver la cara que ponían aquellos dignos sujetos a cada instante se oía: Quantas habeo ganas manducandi!... Carissime, hodie castigavit me Pater Fernández (vel á Ferdinando), propter charlationem meam... ¡Eheu, pauperrime! ¿Ibis in calabozum?... Non; sed fugit meriendicula mea. Dum tu chocolate bollisque amplificas barrigam tuam, ego meos soplabo dedos. Guarda mihi quamquam frioleritam.

Durante todo el libro, Galdós le saca partido a este tema del latín macarrónico: es graciosísimo (o a mí me lo parece).

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